Jugando a ciegas

La suerte estaba de mi parte, o eso es lo que pienso cada vez que lo recuerdo. Puede que solo fuese una casualidad, o a lo mejor me esforcé en buscar un agujero en su coraza, hasta que conseguí penetrarla por completo. 

Desde el minuto uno fui poco a poco, con cuidado, sabía que detrás de todo había un corazón, uno al que era difícil llegar, y manejaba todas las posibilidades en mi aventura, tanto las positivas como las negativas, sabía que era una bomba de relojería y que la situación podía volverse contra mí, ya que yo a diferencia de él sabía lo que quería desde la primera vez que nos cruzamos.

Éramos distintos, yo aposté por todas, quería conseguirlo todo, no quería ni trucos ni ases en la manga, quería ganar con unas cartas que bueno, no predecían una victoria, pero me aseguraban la participación, porque tenerlas las tenía, me planteé que solo tenía que saber jugarlas. Su estrategia en la partida era distinta, se lo planteó como un juego de azar, lleno de sorpresas, un juego en el que se dejaría llevar sin apostar mucho, pero acabó apostando más de lo que pensaba.

Y ahí estaba yo, entrando en un lugar en el que nadie había entrado antes, y sabiendo lo que eso suponía. Tenía que tener cuidado. El caso es que acabé cuidando más de él que de mí. Fue mi gran error. Enfoqué todo mi esfuerzo en no romper nada ahí dentro, se notaba que todo estaba impecable y que era algo nuevo para él el dejar entrar a nadie.

Pero el miedo pudo con él. De un día para otro había roto sus principios y albergaba un sentimiento que no sabía tramitar. No sabía qué hacer con aquella nueva sensación y ver que algo tan incontrolable ya le había manipulado sin darse cuenta le asustó, no podía dejar que algo externo decidiese por él, no quería tener una fuerza superior a la razón dentro de su cabeza, corazón y alma.

Y como todas las historias con final triste ésta acabó gracias al miedo, un miedo que no supo superar y que acabó influyendo tanto en él como el propio amor al que tanto temía.

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