Libertad sin cargos

Una canción que escuchaba hace años empezaba tal que así:
"Somos tan iguales, tan similares, a veces no lo parece, pero mi día a día,
la supervivencia, tan parecidos, tan grandes y tan minúsculos, lo mismo, diferentes"
y sí, tenía razón
todos somos iguales, pocas cosas nos diferencian,
somos sacos de huesos,
colores de pelo distintos, tal vez ojos más grandes o pequeños, pero solo eso.
A veces caemos en el tremendo error de creernos más que nadie
o menos que cualquiera,
los dos son enormes fallos,
no podemos pecar de ególatras, pero tampoco de no valorarnos,
siempre me sentí un poco diferente, o me gustaba sentirme así
pero no, siempre fui alguien más, como todos, tan grande y tan minúscula,
supersticiosa, creativa, con miedos,
siempre mirando antes de cruzar, viviendo una rutina cada mañana,
mi problema siempre fueron mis altibajos,
pasar de estar bien a estar mal,
o mejor dicho, pasar de ser independiente a depender por completo de alguien,
y ese fue mi gran problema,
problema contra el que intento luchar día tras día,
siempre me lo recuerdo,
en mi cabeza suena un "no dejes que te hagan daño" constante,
porque un día me planté antes de cruzar la calle,
miré a mis pies, miré mi ropa, mis manos,
eran iguales que los de aquellos que me tenían a su merced,
si aquellos eran iguales que yo,
¿por qué iba a dejar que estuviesen por encima de mí y de mi felicidad?
y entonces di el salto,
corrí desde lo más oscuro del túnel porque ahora sabía quién o quiénes me frenaban,
y pude pararlos,
me volví a mirar los pies, los brazos, seguían siendo iguales que los suyos,
pero esta vez no estaban atados

Comentarios

Entradas populares de este blog

Oda a las ganas

El duelo sin fin

Cartas en prosa: I