Inframundo interior

lo que me gustaba de él era lo de dentro,
después de unas cuantas puertas,
con sus respectivos candados,
tenía un gran mundo interior,
acogedor, reguardado y limpio,
como si poca gente entrase en él,
una estanteria llena de libros,
alguno de Salem,
y unas cuantas poesías subidas de tono,
música instrumental y una guitarra,
partituras manchadas con café y tazas vacías,
un sofá para dos en el que yo no cabía,
y una mesa con una pata coja,
una alfombra de pelo,
y un gato negro y blanco que maullaba,
ruido de fondo y una cabeza pensante,
fotos con amigos y amigos interesantes,
me sentaba allí al fuego de la chimenea,
y me quedaba dormida noches y noches,
retumbaba en aquella cálida estancia cada palabra que me decía,
me guardé un te quiero,
porque aquel día supe que no volvería.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Oda a las ganas

El duelo sin fin

Cartas en prosa: I