Cartas en prosa: I

No me parece justa la invasión, ni que las calles ya no puedan ser zona neutral. Siento que por una parte estamos en tablas, y que el daño que te hice (colateralmente y por consecuencia de la separación vital) se ve contrarrestado ahora por la incomodidad de tu presencia. Tu presencia que sucede cada vez que hago mi rutina en la que siento que no estabas antes pero ahora, por obligación, estás. Si salgo a comprar. Si salgo a bailar. Si salgo. Te aprecio, te estimo y te deseo la mejor de las suertes, pero te tengo hasta en la sopa. En la calle de enfrente cuando me asomo por la ventana, en el portal si me giro y en la carretera si conduzco. Y explicar lo de siempre, sin que se entienda que la incomodidad es solo fruto de un hecho casi físico e inculcado hacia la gente que fue en nuestra vida y ya no es. Un odio irracional. Más que odio, irritación. Y en bucle cada día. Y cuando voy al gimnasio, y cuando salgo de una tienda. Lo cual me arraiga más a una vida idílica fuera de aqui, fuera de lo que solía ser la mal llamada zona de comfort. Ahora no puedo ni mal llamarla de ninguna forma. Y fantaseo, casi diariamente, con un hogar lejos de tierra conquistada. Donde no haya ruido, donde no llegan las carreteras y donde no te vea al asomarme por la ventana. Ni al girarme en el portal. Ni al conducir por la carretera.

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