Cartas en prosa: II

Con la inmundicia de lo diminuto que a veces se queda el cuerpo encima del lecho más grande de afecto, me encuentro de golpe en total indefensión. Chocando de bruces contra un sentimiento desconocido que creía conocer perfectamente, pero en nada se le parece a lo que creía verdadero hace un tiempo.

La lección de humildad que el amor te plantea cuando se muestra en su forma más pura no te viene en sorbos de café que puedas medir o fraccionar, simplemente un día no lo conoces y al día siguiente tienes que lidiar con todo lo que conlleva.

El amor que de verdad tiembla y retumba entre las costillas y lo sientes hasta dentro de los huesos es un amor que te planta en frente de un espejo y te hace verte débil, insegura y, otra vez, indefensa. Como cualquier amenaza que vemos alta (más alta que nosotros) y por mucho sol que aporte arroja una sombra que no cualquiera sabe tratar. 

Empiezas a trabajar porque ese miedo de perder algo tan valioso se diluya hasta desaparecer y en el proceso creces tú como persona. Esa sombra que tan oscura parecía, otra vez, es más luz que sombra (eso es el amor).

En la lucha constante por no compararte, por no pensar destinos catastróficos sin ninguna base racional, por hacerte ver a ti misma lo positivo que otra persona ha descubierto que sí eres, se aprende mucho. Se aprende todo.

El amor es la ilusión al sonar el timbre cada noche, al sentir la mano que roza la pierna en cada trayecto mundano en coche que antes no tenía nada interesante, o sentarse en la mesa a tomarse un café y que no importe que igual le faltaba un azucarillo más.

Pero el amor también te empuja a tener que superar lo que no sabías que tenías que superar. Te descubre los dolores de dentro que afectan a cada acción que realizas fuera. Es un viaje introspectivo en el cual alguien desde fuera de la valla te está animando a que no busques solo lo negativo, si no lo positivo que hace que esa persona te ponga la mano en la pierna cuando vais en el coche y no quiera ponerla en ningún otro lado.

Y eso es el amor, al final, algo mundano, algo que te remueve, y que es más tangible de lo que parece, se presenta en muchas formas, y te hace pasar el plumero por partes del cuerpo donde el polvo se escondía bajo la alfombra. Y bajo la alfombra caben muchas cosas.

En definitiva, a la vez que el amor crece, tú creces con él, porque el amor todo lo inunda, y no hay fuerza ni fenómeno que nunca en la historia haya podido luchar contra él. Una vez lo sabes, deja de asustarte, y el camino de piedras pasa a ser lo que realmente es el amor: un camino de rosas.

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